El primer párrafo es aclaratorio, as always. Este blog solía, o suele, ser mi espacio para la honestidad brutal, para la catarsis, para la verdad pura e incondicionada, o al menos la aproximación burda que me permiten las palabras. La última entrada publicada aquí es de exactamente hace dos años. Eso no significa que no haya necesitado dejar la sangre en el papel (literalmente dejé mi sangre en el papel), que no haya tenido que batirme en luchas inexpresables con el texto, no significa que no haya tenido que dejarme el alma en cada párrafo, que no haya tenido que pelear conmigo mismo y contra el teclado, que producto de largas batallas y conflictos amargos la tecla equis ya no funcione bien, ahora debo oprimirla con paciencia para que me regale una cruz torcida que nunca es una sola, son siempre muchas xxxxxxxxxxxxxxx
Tengo muchas entradas de blog en borrador, incluso texxxxxxxxxtos difíciles de escribir, de leer y de releer, en documentos de word con títulos como "whatever" o "trinity and the one", texxxtos que no me atrevo a traer aquí ni siquiera en borrador, muchas disgresiones y digestiones, malestares estomacales y espirituales que se perdieron en reinicios inesperados y pantallas azules de la muerte. Dos años repletos de pantallas azules, de texxtos perdidos, de ocasiones perdidas, personas, lugares, oportunidades perdidas, dos años en los que me volví todo un experto en perder (woah, esta vez solo salio una xxxxx).
No es fácil para mi perder. En mi vida siempre he estado acostumbrado a coronar largas, épicas batallas en las que me he visto exxxigido a dejarlo todo de mí con victorias gloriosas, memorables. No soy bueno lidiando con la derrota. O no lo era, porque la vida me lo enseñó a las malas.
Aquí un breve recuento de algunas de las derrotas más dolorosas que he experimentado en mi vida. Con la verdad por delante. Siempre la verdad por delante.
La niña del vestido amarillo.
Ya he hablado mucho de ella en este blog y en el otro (casi todo en las entradas en borrador), escribí y publiqué un cuento para decirle adiós, en el cual dije toda la verdad, de la forma en la que mejor sé hacerlo, esto es, adornada entre ficciones de ópera espacial y múltiples renacimientos. Pero aquí tengo mi otra forma de decir la verdad: descarnada, directa, de frente. Y es que en serio yo tenía muchas ganas de que mi relación con ella funcionara. En serio estaba enamorado. En serio me costó mucho dejarla ir. No la habría dejado ir de no haber sido absolutamente necesario. Pero la verdad es que en serio, a su lado sentía que me estaba olvidando de quién soy yo, ya no era yo sino una versión disminuida de mí mismo, una parodia miserable que sentía la necesidad de arrastrarse y humillarse para obtener el mínimo de atención. Quizás todo el sentido de este sueño convertido en pesadilla fue aprender por las malas que mi felicidad y mi dignidad como ser humano solo dependen de mí mismo y no de cómo cualquier otra persona me trate, sin importar si esta persona es la primera mujer de la que me enamoré en la vida. De vez en cuando, como hoy (ad portas de mercurio retrógrado en mi cumpleaños), vuelvo a repasar el desarrollo de nuestra pesadilla compartida y vuelvo a concluir lo mismo: de no ser por las mentiras horrorosas que ella me dijo, quizás habría pasado mucho más tiempo rogándole por sus migajas, perdiéndome a mí mismo para obtener una mirada suya. Yo sé que cometí errores, pero siempre fui con la verdad por delante, siempre fui transparente, mi ley de vida es la verdad. Y la verdad es que la verdad como ley de vida me da paz para seguir mi vida ya sin ella. Vivir conmigo mismo, en paz. Vivir.
Sigo pensando que el cuento que escribí para decirle adiós es el mejor que he escrito en mi vida. Incluso intenté enviarlo para ser publicado en papel en dos antologías de ciencia ficción. Pero ha pasado casi un año desde entonces y no he recibido noticias. Quizás no es un buen cuento. Aunque fue una buena historia, si "buena historia" significa "historia cargada de dolor y lágrimas". Dos derrotas en una.
O quizás tres.
Alemania.
En marzo de 2021, cuando nuestra ¿relación? estaba en los estertores de su agonía, llegó una oportunidad inesperada para aplicar a un doctorado interdisciplinar en ciencias ambientales en la Universidad de Munich. Como siempre, con todas las decisiones importantes (como qué hacer para seguir el Tao respecto al desarrollo de la teoría), consulté al Oráculo, quien me autorizó a darlo todo e intentar un escape de película, el escape de una tusa, digno de un drama psicológico en el que el protagonista decide que la mejor forma de enfrentar a sus demonios es huir de las situaciones y los lugares que desencadenaron su manifestación en primer lugar. Sí, yo sé, suena más a la trama de Pedro el Escamoso que a un drama psicológico, pero bueno, quizás es porque mi coping mechanism era de hecho reflejar mi tusa en la de Pedrito Coral. Lo sé, lo sé, suena ridículo cuando lo escribo de esta manera. El caso es que lo di todo, vaya sí que lo di todo, me entregué con todo el corazón para preparar una propuesta de tesis doctoral digna. Un par de meses después, el correo típico, fatídico:
"Agradecemos su participación en la convocatoria, pero desafortunadamente debemos informarle que usted debe enfrentar su tusa en casa. Nos reservamos el derecho de darle a conocer los motivos por los cuales lo rechazamos, esto con el ánimo de añadir un demonio más a su periplo infernal".
La llorada maradoniana
En pleno pico de la pandemia, cuando las vacunas ya estaban cerca pero no lo suficiente, durante el momento más álgido del paro nacional, con el fracaso de Alemania aún reciente, la muerte de Maradona todavía pesaba junto a la tusa de la mujer que todos los días durante veinte años anhelé ver de nuevo. Además, otro final se acercaba. Mi familia se rompió con las muertes de mi abuelita y de mi tío (muertes de las que ya he hablado también en este blog), con el resultado de tener que abandonar la casa en la que había vivido desde mis cinco años. La idea no me gustaba, pero debía decirle adiós al lugar que me vio crecer. Decidí que la mejor forma de decirle adiós a mi casa, al barrio del atardecer, a la niña del vestido amarillo, a la familia que alguna vez fue y ya no fue más, era comerme medio trip y hacer veintiunas en el patio, con el balón que me acompañó en mi primera exxxperiencia significativa de fracaso en la vida. Eso hice. Y salí, tripiado, a presenciar el tropel del barrio, la nueva costumbre. Años atrás jamás habría imaginado que el tropel saldría de la Nacho y llegara tan cerca a mis seres queridos, a las calles de mi infancia. Pero ahí estaba, con medio ácido en la cabeza y media lata de lacrimógeno en la garganta, las piedras y las tanquetas mucho más cercanas de lo que cualquier psiconauta aconsejaría. Yo mismo me considero un psiconauta exxxxxxxperimentado, así que no hubo gran lío. El caso. Fue inevitable, fue poético, fue inolvidable. Lloré mucho, aquella indescriptible mezcla lisérgica de emociones, cuando la playlist me lanzó "Live is life", la canción maradoniana por exxcelencia.
Un mes después de la llorada maradoniana
Aquí no me voy a detener demasiado. Los detalles me los guardo para mí mismo. Solo diré que un mes después, mi grupo de amigos exxxxxxxxxxxxxxxxplotó por los aires, como una bomba de hidrógeno, como las fichas de un rompecabezas que jamás sería armado de nuevo. Piezas. Ninguna imagen coherente. Solo piezas de rompecabezas. Otra vez perdí. Pa la lengua el otro medio ácido.
Astronomía para todos
Cuando se exxperimentan tantas derrotas en línea, cuando pasan meses, años sin que haya motivos para sentir felicidad genuina, uno empieza a creer que no hay futuro, que ya los tiempos de gloria y éxxito quedaron en un pasado inalcanzable, que quizás los sucesos se dieron de esta manera tan desastrosa para despertar a la cruda realidad de que uno jamás fue especial, ni excepcional (woah, una sola equis), uno empieza a convencerse lenta e inexorablemente de que todo está perdido. Entonces uno se aferra a cualquier pedazo de madera para no dejarse ahogar. Mi pedazo de madera ya había sido transformado en hojas, en libro, un libro que compré muchos años atrás durante mi fiebre de comprar libros sin saber si alguna vez los leería. En ese momento, no creía en mí mismo. Pero igual decidí leerlo y tomar notas de ese libro, en una especie de acto poético, un cierre, una rendición. Sabía muy bien hasta dónde había llegado, sabía muy bien lo que me faltaba, incluso hice un cronograma, pero ya no veía ninguna forma de seguir avanzando. Físicamente (quiero decir, financieramente) era imposible continuar. Ánímicamente no había ánimos. Simplemente me estaba acostumbrando a fracasar. Así transcurrieron los siguientes dos meses, hasta la mudanza al lugar desde donde ahora cuento esta historia. Hasta que un día, leyendo el libro, me encontré con una ecuación que me guió a una pregunta, una hipótesis, un "tal vez", un "epaaaaa y qué tal si..."
Y ese "qué tal si..." se convirtió en mi línea de vida, la cuerda que no me dejó caer al abismo. Pero necesitaba ayuda, así que seguí el conducto regular y busqué ayuda con mis papás. Convencer a mi mamá fue difícil, pero finalmente las mamás siempre creen en sus hijos. Con mi papá fue otra historia.
Pinchar en carretera a media noche
Diciembre de 2021. Ya han pasado quince meses desde que escribí la última entrada de blog. Muchas cosas han cambiado en mi vida, pero hay una que se mantiene intacta: el sueño, la necesidad de crear una teoría unificada de economía y ecología. Pensé en pedirle ayuda financiera a mi papá. Lo llamé y concerté un encuentro. Me subí en la bicicleta y pedaleé hasta Cota, subí la bicicleta en la camioneta blanca y empecé a notar algo raro, que se hizo evidente al día siguiente en Cogua. Ni los niños, ni los borrachos ni los budistas dicen mentiras. Por lo que es de esperar que una conversación entre un papá borracho y un hijo budista sea una explosión violenta de verdades, con esquirlas volando por todo el lugar, metralla que se incrusta en los ojos y en la cara y en los muslos y en el alma. No sé si fue un arranque de dignidad o de estupidez, o los dos, pero no aguanté que mi papá dejara a un lado las verdades para pasar a las ofensas con intención de hacer daño. Así que agarré mi bicicleta y emprendí el camino de vuelta. Estuve dispuesto a andar 70 kilómetros por carretera durante la noche, con la visión nublada por una que otra lágrima ocasional. Fue estúpido. Pero por la ayuda de todas y todos los Budas, pinché el neumático trasero y tuve que tragarme la dignidad para ser recogido por mi papá borracho en su camioneta. La violencia nos hizo arriesgar la vida a los dos esa noche.
Por si faltaba algo para hacerme dudar de mí mismo en un momento extremadamente vulnerable, ahí tenía a mi papá diciéndome abiertamente que se sentía decepcionado de mí, que yo era un drogadicto, un chirrete, un vago inútil que estaba desperdiciando su vida y que él estaba muerto para mí. Regresé al día siguiente al apartamento de mi mamá. Herido, sin esperanza, sin apoyo, sin nada, humillado, hecho pedazos.
Qué es la matemática
Pero el Oráculo no me dejó rendirme. Y vaya que lo intenté. Pasaron los días, las semanas, busqué opciones, busqué trabajos, busqué freelos, busqué fuentes de ingreso, porque de alguna forma debía financiar la investigación. Ese "qué tal si..." fue una pregunta tan grande, tan poderosa, que simplemente estaba convencido de que debía hacer cualquier cosa para responderla (dentro de los límites permitidos para un budista practicante). Le planteé todas las opciones que se me ocurrieron al Oráculo y tuve fuertes conflictos conmigo mismo al ver que ninguna de estas opciones era la adecuada. Algunas lo eran, de manera temporal, pero nada que me sacara de la incertidumbre. Los primeros meses de este 2022 mantuvieron una dinámica... digamos curiosa. Debía dar lo mejor de mí mismo mentalmente y llevarme a límites que no creía posibles, exigencia máxima en medio de una situación de incertidumbre máxima (epa las equis están funcionando bien, creo que es cuestión de "mantener caliente" el teclado para que sirvan las x). De tanto en tanto aparecían vacantes laborales que se ajustaban a mi perfil, pero... lo de siempre: "lamentamos informarle que usted es un fracasado y no nos sirve".
Así él lo ata a una mata de moras
Hubo muchos días en los que pensé bajar los brazos. No quiero negarlo. Hice de todo para no rendirme, pero el deseo fue bastante fuerte. No veía nada que me indicara que valía la pena continuar. Hubo días, semanas en las que lo único que me mantenía con vida era la bicicleta. De vez en cuando tenía ideas profundas, de vez en cuando el trabajo disciplinado de todos los días se convertía en una que otra realización importante, una conexión inesperada, un motivo para seguir avanzando. Pero el tono general era de injusticia. Sentí que la vida no era justa, que estaba esforzándome y sacrificando todo mi futuro profesional y mi carrera a cambio de... ¿a cambio de qué? ¿de una idea? ¿y cómo vas a pagar las deudas, el mercado, con ideas abstractas sobre la relación entre tus experiencias de meditación y álgebras de cuerpos numéricos construibles mediante regla y compás? ¿cómo te vas a alimentar, con el paradigma holográfico?
Una de las líneas móviles del hexagrama 12 dice "el estancamiento toca a su fin. 'y si eso falla... y si eso falla...' así él lo ata a una mata de moras". El significado es que cuando el tiempo de estancamiento llega a su fin, es necesario intentar las alternativas que estén disponibles para ocasionar el cambio de era. Si la alternativa falla, hay que buscar la siguiente. Hay que dejarse guiar, pero hay que transitar el camino. Fueron meses muy difíciles, un tránsito que se sintió como subir el Everest enguayabado. Pero el estancamiento no dura para siempre.
The tiger is out
Mañana cumplo treinta años. Hoy tengo veintinueve años y trescientos sesenta y cuatro días de vida. Hace exactamente un mes, el 8 de agosto, el estancamiento tocó a su fin. Finalmente llegó la oportunidad que potencialmente haría que estos meses, estos años de sacrificios valieran la pena. Había mucho en juego. Naturalmente, estaba nervioso hasta el prana que compone mis huesos. Solo había algo sensato para hacer en semejante escenario: Microdosis de psilocibina y a batirnos como tigres en la entrevista. Dos semanas de incertidumbre, sin comunicación de ningún tipo en las que creí que la oportunidad estaba perdida. Ni siquiera el correo de los fracasados. Lloré, grité, pataleé, todo en secreto para que nadie me viera. Pero lloré, grité, pataleé. Incluso sentí la necesidad de un ácido que actuase como desfibrilador, pues mi corazón ya no estaba latiendo.
Long story short: manifesté el ácido y el ácido llegó a mi vida en el momento en que más lo necesitaba. Tomé notas, decisiones, introspecciones. Le agradecí a la vida por los fracasos, por la tusa de la que me costó mucho salir, por la casa vieja, por el nuevo hogar, por la necesidad de buscar otro nuevo hogar, por los avances en la teoría, por los sacrificios, por el scudetto 19 del Milan (mi primer momento de felicidad genuina, pura y extrema en al menos tres años) y por los fractales. Di gracias por la vida, por mi vida, por este proceso. Y el día siguiente recibí la llamada: conseguí el trabajo en mi alma máter, en el IDEA, el estancamiento tocó a su fin. Había encontrado los medios para poder seguir avanzando en el desarrollo de la teoría que unifica economía y ecología, francamente, mi vida entera es esa teoría, así que básicamente, había encontrado los medios para seguir con vida. No fue una ni fueron dos. Fueron tres polas de la victoria esa noche.
Don't give in without a fight!
Antes de esa noticia, durante el viaje en ácido, la resolución era que seguiría trabajando y entregándome hasta el 15 de septiembre, día en que se cumplen cinco años desde que tomé la decisión de dedicar mi vida entera al desarrollo de esta teoría. Antes de esa noticia, la razón para desfibrilarme el espíritu era que estaba convencido de haber llegado a mis treinta años habiendo desperdiciado, al menos, los últimos cinco años de mi vida. Después de esa noticia, el color de la experiencia cambió por completo. De repente, empezó a parecer como si todos estos años de arduo trabajo, sacrificios, humillaciones, deudas, limitaciones y pobreza autoinfligida, pareció como si todo hubiera valido la pena. Entonces, ya los treinta años no llegan con la sensación de una vida desperdiciada, de una apuesta perdida, los treinta años llegan con la sensación de que quizás algo relevante puede salir de todo este proceso. Que las cuatrocientas cuarenta y siete páginas que he escrito (y las que faltan), consignando el trabajo de los últimos cinco años, tienen un norte (un sur), un propósito, que no son trabajo echado a la basura. Que ese "qué tal si..." todavía tiene vida y corazón para seguir latiendo, que el hecho de que el camino que elegí para mi vida sea difícil no significa que sea imposible, o que sea un desperdicio, una decepción, simplemente significa que el camino es difícil. Y que tengo ayuda, que la ayuda llega cuando debe llegar, no antes ni después, sino en el momento justo, que a veces es necesario entregarse a las fuerzas que controlan la situación, pues el control individual es, en la mayoría de veces, solo una ilusión.
Veintinueve años y trescientos sesenta y cuatro días para comprender que no hay que rendirse sin luchar.
Coda: ¡Sí se puede! ¡Sí se puede!
El viernes pasado me enteré de que el 23 de octubre de 2023 tendrá lugar el congreso mundial de economía ecológica... EN BOGOTÁ. Y no solo eso, será organizado, entre otras, por la UNAL, esto quiere decir, por el IDEA, esto quiere decir, por la Profe, esto quiere decir que si todo sale bien, podré estar involucrado directamente en la organización de ese evento. Al enterarme, el cuerpo me pidió kilómetros, así que salí a satisfacerlo. Recién entrado al parque se largó un aguacero de esos que pocas veces se ve en el año, sin embargo decidí seguir corriendo. Quería experimentar la sensación de correr bajo la lluvia. Resulta que el aguacero también agarró desprevenidos a varios grupos de niños de colegio. Mientras iba por la pista, me crucé con uno de estos grupos, más o menos unos treinta niños de ocho o diez años que, al ver la escena cinematográfica de un desconocido corriendo bajo el diluvio universal, empezaron a gritarle al desconocido "SÍ SE PUEDE, SÍ SE PUEDE, SÍ SE PUEDE", con tanta fuerza y entusiasmo que lograron llenar el corazón del corredor con una convicción. De aquí al 23 de octubre de 2023 creo que puedo tener algo listo, algo digno de ser mostrado en un congreso mundial de economía ecológica. Es un reto bastante difícil. Pero los niños creen en mí. Y los sucesos de los últimos dos años, en especial de las últimas dos semanas, me hacen creer en mí, me hacen creer que sí se puede.
The Tiger
He destroyed his cage
Yes
YES
The Tiger is out